El príncipe ha Muerto, ¡Viva el Príncipe!

El príncipe ha Muerto, ¡Viva el Príncipe!


No lo saben ustedes pero hubo un momento en mi vida en el que la música de este hombre me colocaba en el momento que andaba triste por una mujer. Nadie me presentó su música, llegó así, de la nada, esperando el momento de presentarse ante mí, y lo pienso así porque siempre me gustó el rock y nunca tuve intenciones de conocer otra cosa.

Recuerdo caminaba por una calle de mi barrio volviendo a casa después de la universidad por la noche. Un bar a un par de cuadras del lugar de casa tenía la música tan alta que se escuchaba desde la esquina donde apenas venía caminando.

«…Cuando nos adorábamos más…» Escuché y poco a poco fui reduciendo la marcha. Algo así estaba pasando en mi vida en ese momento. Ni culpa mía, ni culpa de ella, sólo tenía que ser así y entonces ese hombre cantaba lo que yo no sabía explicar. Hubo un conexión inmediata.

Caminaba despacio, escuchando la letra. Es lo maravilloso de la música, te teletransporta, te lleva lejos (o cerca), te arranca de donde sea que estés y te coloca en el fondo de ti mismo, te hace pensar diferente, te hace sentir diferente, te hace sonreír. Y bueno, ahí estaba yo, con 21 años caminando en la noche por la calle a dos cuadras de casa de mis padres (Maley creo se llamaba el lugar).

Llegue frente a las puertas del bar, sólo una estaba hacia dentro dejando medio espectáculo visible. No entré pero vi varios hombres, todos de edad madura, un par bebían cerveza y más al fondo recuerdo ver a un hombre viejo, llorando sosteniendo una cerveza, estaban cerca de la rocola. Recuerdo ver a otro hombre verle con una cara amarga, creo le decía algo como «lo siento» y creo que se lo decía en serio porque de vez en vez lo empujaba un poco con el codo como dándole ánimos. Al lado una señorita en minifalda tomaba cerveza con un hombre con uniforme de Coca-Cola (tal vez Sabritas, ahora no lo recuerdo). La escena era adornada por juegos de luces morados, azules, rojos, cacahuates y cervezas, con música que cala, de esas que te hace sentir tibio sin sol.

Ahí estaba yo, un estudiante de últimos semestres de publicidad, volviendo a casa, en la noche, a un par de cuadras de casa, con el corazón roto viendo esa escena y escuchando algo. Algo que explicaba lo que sentía.

Recuerdo que las luces azules y moradas del lugar se escapaban del cuarto e iluminaban enfrente, y recuerdo que otra mujer en minifalda se acercó a la salida y me sonrió sólo para cerrarme la otra puerta e inmediatamente notar como se reducía el volumen de las canciones.

Pude irme, dar media vuelta y simplemente alejarme. Pero no, ahí me quede hasta que se acabó la canción. Ahí me quede parado, viendo la puerta del bar cerrada pero escuchando al «Triste».

Unos días después le pregunté a un compañero por la canción.

-Es de José José, El príncipe de la canción – me dijo y yo creo que debí buscar canciones de él porque hoy en día me sé varias canciones de éste interprete de quien después me enteré forma parte del inconsciente colectivo de los mexicanos, de cualquier lugar, cualquier estrato, cualquier gusto, generación y sobre todo, cualquier momento en la vida.

Bueno, pues se va, se fue, otro grande. Ni modo. Así es esto, mientras tanto me quedo el recuerdo de pensar «Hasta la golondrina emigró presagiando el final».

 

Descanse en Paz

José José

El Príncipe de la Canción.